“¿Qué me importa que seas buena?
Sé bella, y sé triste”
-Charles Baudelaire
Sé bella, y sé triste”
-Charles Baudelaire
Esto ocurrió después de haber visto
a los perros descalzos
caminar de cabeza.
Yo probaba cuerpos desnudos,
desgarraba sus carnes
y le buscaba un sentido
a esta continuidad
trágica
que llaman vida.
Por esos días,
mi padre me instruía
en la lectura de salmos
vía e-mail;
yo los leía diligentemente
en mis tiempos libres;
era un ejercicio literario
nunca religioso;
muy bien sabía mi padre
que yo no creía en nada,
- salvo en la poesía -
muy tarde quiso salvarme.
Atrás quedaron los días
de las hostias engullidas
con ánimos de redención
y las confesiones
hechas de rodillas
entre murmullos
infectados de lujuria.
Desde que aprendí a creer
no creí en nada.
‘Debes ser buena’
-decía mi padre-
‘Debes amar a tu prójimo’
repetíamos en las iglesias
llenas de vómitos y espinas.
Padre,
qué dirías si supieras
el número de vidas que he destruido.
¡oh! la desesperanza,
dentro de esas habitaciones feas
y mal iluminadas.
Esto ocurrió después de haber visto
a los perros descalzos
caminar de cabeza.
El alejamiento mudo,
la falta de violencia
en nuestras despedidas;
no eran los perros,
éramos nosotros.
Aislados, tan aislados
nuestros cuerpos pintados
con cenizas:
Peleamos contra la muerte.
Teníamos los pies fríos.
a los perros descalzos
caminar de cabeza.
Yo probaba cuerpos desnudos,
desgarraba sus carnes
y le buscaba un sentido
a esta continuidad
trágica
que llaman vida.
Por esos días,
mi padre me instruía
en la lectura de salmos
vía e-mail;
yo los leía diligentemente
en mis tiempos libres;
era un ejercicio literario
nunca religioso;
muy bien sabía mi padre
que yo no creía en nada,
- salvo en la poesía -
muy tarde quiso salvarme.
Atrás quedaron los días
de las hostias engullidas
con ánimos de redención
y las confesiones
hechas de rodillas
entre murmullos
infectados de lujuria.
Desde que aprendí a creer
no creí en nada.
‘Debes ser buena’
-decía mi padre-
‘Debes amar a tu prójimo’
repetíamos en las iglesias
llenas de vómitos y espinas.
Padre,
qué dirías si supieras
el número de vidas que he destruido.
¡oh! la desesperanza,
dentro de esas habitaciones feas
y mal iluminadas.
Esto ocurrió después de haber visto
a los perros descalzos
caminar de cabeza.
El alejamiento mudo,
la falta de violencia
en nuestras despedidas;
no eran los perros,
éramos nosotros.
Aislados, tan aislados
nuestros cuerpos pintados
con cenizas:
Peleamos contra la muerte.
Teníamos los pies fríos.
CR
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